26 de noviembre de 2019

Tailandia,y mi contacto con el Budismo



Entrar en Tailandia fue una gran alegría para mí. Hacía bastante tiempo había escuchado y leído muchos comentarios de amigos hablando muy bien de éste país, y ya tenía ganas de explorar un poco. Algo especial en Tailandia es que fue el primer país de religión Budista que visité, y me daba mucha intriga visitar algunos templos y conocer un poco más de esta religión milenaria.

En los 31 días que pasé en el país, visité varios de sus templos que se encuentran por todas partes. Muchísimos de ellos casi escondidos entre pequeñas calles, lejos de la ruta, que Google Maps me facilitaba la tarea de encontrarlos. En general, cada Templo era parte de un área más grande, llamado WAT (en general, un espacio de una o dos manzanas), con mucha vegetación y árboles alrededor, otros edificios para el culto, así como baños y habitaciones modestas.





La estructura de estos WAT no difería mucho de uno a otro, pero algunos de ellos sí que eran un poco más vistosos y en parte también turísticos. En verdad eran muy bonitos e impresionantes, pero en estos últimos prefería hacer un paseo corto e irme. Ciertamente prefería buscar los templos más pequeños y remotos, donde llegaba alrededor de las 17:00 o 18:00 -antes del anochecer- a preguntar si era posible pasar la noche allí. Y nunca tuve una respuesta negativa. De esa forma dormí en 10 templos a lo largo de mi ruta, siendo siempre unas experiencias excepcionales, pudiendo estar en contacto con los monjes, y ver de primera mano su forma de vida, al menos por algunas horas. La mayoría de veces, no sólo era un lugar seguro para dormir o acampar lo que me brindaban, sino la posibilidad de bañarme, lavar mi ropa, y hasta cena o un abundante desayuno la mañana siguiente.






Está claro que era una real satisfacción pasar la noche en un templo. No sólo me permitía hacer mi viaje mucho más económico, sino que me enriquecía del intercambio que podía tener al compartir con los monjes aunque fuera sólo por unos momentos del día. De todas maneras, sentía que no aprendía lo suficiente respecto a la religión y sus conceptos más básicos, puesto que la comunicación era escasa. Siempre me quedaba con ganas de hacer preguntas, ya que raramente encontraba un monje que pudiese hablar un poco de inglés, asique la experiencia siempre se quedaba en lo que yo pudiese ver e imaginar de qué significaban los rituales, veneraciones y protocolos que veía repetidamente en estos templos.



Una tarde, para mi sorpresa -pedaleando como de costumbre por rutas secundarias sin mucho tráfico- encontré que un río desbordado había cortado la ruta y no había forma de seguir por allí. Entonces tocó buscar otro camino, y por la casualidad o el destino, me encontré cerca del Templo "Wat Pa Sukha To" con muchas buenas referencias en Google Maps, y decidí entrar a dar un vistazo, sin pensar que iba a quedarme allí durante 8 días. Es que al rato, un monje se me acercó hablando en inglés, ofreciéndome si deseaba quedarme, que había una habitación para mí, y que cuántos días pensaba quedarme. Estuve sorprendido y sin entender muy bien, pero como estaba viajando sólo y con tiempo, no me tomó mucho tiempo aceptar. Al final, esa podría ser una buena oportunidad para preguntar y aprender un poco más sobre el Budismo.

No era un templo normal como los que había visitado anteriormente. Era un templo forestal, en medio de varias hectáreas de bosque sobre una colina, bastante aislado de la ciudad, y mucha más actividad que de costumbre. Entre 30 o 40 monjes, unas 10 monjas, y muchas otras personas que se encontraban haciendo prácticas de meditación y colaborando en las tareas del templo, como la cocina y la limpieza básicamente. Para mi fortuna, algunos de los monjes y practicantes hablaban buen inglés, y estaban siempre abiertos a comentarme sobre los preceptos básicos de su religión.





Aceptar permanecer en el templo, me implicaba seguir seriamente y con disciplina la rutina del mismo, por lo tanto a hacer ciertos sacrificios a los que (especialmente los primeros días) no fue fácil habituarme. La primera mañana tuve una larga e interesante charla con un viejo monje, quién me recomendó que inicialmente pasara allí una semana, me informó de la rutina y dinámica del templo, así como los principales lineamientos del Budismo y sus técnicas de meditación. Los días siguientes también se encargaría de seguir mi progresión en la meditación y mi estado físico y mental, además de darme la oportunidad de evacuar mis dudas sobre mis sensaciones y emociones.

Cada día comenzaba muy temprano, sobre las 04:00 am, con los cantos de los mantras, y varias veneraciones a Buda y a los monjes. Sobre las 06:00, los monjes salían del templo caminando hacia el pueblo en busca de las ofrendas que los fieles les hacían a diario, y siempre tenía oportunidad de acompañarlos. Estos eran sin dudas de los momentos que yo más disfrutaba, caminando bien temprano al amanecer, en silencio y acompañando a los monjes a recibir las ofrendas. Poder ser parte de ese ritual de forma tan auténtica es uno de los mejores recuerdos de mi viaje.

Los momentos de la comida eran también un placer. Pude saber que los monjes comen sólo dos veces al día (desayuno y almuerzo), por lo tanto nosotros los practicantes también debíamos hacerlo así. Al menos la comida era siempre abundante, saludable y muy sabrosa.

Pero lo central de cada día apuntaba a las horas de meditación, que es el método que el Budismo propone y enseña para permitir el desarrollo de la conciencia de sus practicantes. Eran alrededor de unas 7 u 8 hs diarias de meditación, que al comienzo se tornaban muy largas, pero que con los días se volvieron muy intensas e interesantes por el relativo cambio interno que uno podía percibir día a día.

Por la tarde/noche, a las 18:00, tocaba otra vez asistir al canto de los mantras durante otra hora, y luego sólo había tiempo y energía para bañarse y a dormir bien temprano. Vale decir que las comodidades eran las básicas; un balde con agua fría para bañarse, y una fina colchoneta para dormir en el suelo, pero a la que no costaba mucho acostumbrarse. Asique normalmente, antes de las 20:00 convenía estar listo para dormir.




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Al final uno puede rescatar muchas cosas positivas de una experiencia así, de primera mano en un templo Budista. Más allá del deseable autoconocimiento interno que en mayor o menor medida uno pueda alcanzar, es bueno reconocer que no son necesarias tantas comodidades para llevar una vida saludable y respetuosa con el entorno que nos rodea, tanto el medio ambiente como las personas. Uno puede aprender allí que llevando una vida tranquila, desapegado a muchos lujos, con una dieta sana y equilibrada, buen descanso diario, respeto continuo hacia los demás y a uno mismo, y una cuota de silencio, puede uno acercarse bastante a sentirse pleno y con fuerza en muchos momentos del día.

Sin dudas, aquellos días en el Templo Wat Pa Sukha To, son una de las mejores memorias de mi viaje. Me llevé conmigo un par de “regalos” inmateriales e imborrables, conceptos que no puedo valorar económicamente, y a los que podré recurrir en cualquier momento que yo desee.

Gracias por tu tiempo de lectura, un abrazo.

Maxi.-





19 de noviembre de 2019

Malasia en bicicleta



El 7 de Julio finalmente dejé Iran, habiendo ya decidido que mi próximo destino sería el Sudeste Asiático, precisamente Kuala Lumpur, capital de Malasia. Como siempre, fue todo un dolor de cabeza poner la bicicleta en un avión, pero estuve bien acompañado entonces fue todo más sencillo. Carlos, otro cicloviajero Vasco a quien había conocido durante el invierno en Georgia, también había pedaleado los últimos meses en Iran, y la casualidad quiso que tomásemos el mismo vuelo. Asique compartimos varias horas en los aeropuertos de Teherán y Kuala Lumpur, disfrutando de buenas charlas, con alguien que tiene mucha experiencia en esto de los viajes, y con quién siempre es un placer conversar.
Con Carlos, en el aeropuerto de Teheran, Iran.
Ya en Kuala Lumpur, pasé algunos días recorriendo la ciudad. Entre ellos la caótica Chinatown, llena de puestos de comida y souvenires. Y sobre todo las famosas Torres Petronas, el principal ícono de la ciudad, unas torres inmensas que se ven desde muchos puntos de la ciudad y alrededores.

Comenzar a pedalear en Malasia no fue fácil los primeros días. Había pasado los últimos días en Iran sin pedalear, además el calor y la alta humedad eran muy diferentes a Iran, y me cansaba muy fácilmente. Curioso también fue pedalear por primera vez del lado izquierdo de la ruta, más de una vez me metí en contramano los primeros días hasta que a poco de andar tenía que cambiarme de lado.
Kuala Lumpur
En el Circuito Internacional de Sepang


Había llegado a Kuala Lumpur sin idea de qué ruta pedalear, para dónde ir. Pedí consejos sobre qué dirección tomar, y comencé rumbo sur, por la costa oeste. Me dirigí a Melaka, una bonita y turística ciudad, con un estilo Europeo dejado por su pasado como Colonia portuguesa, pero combinado con todo el bullicio, colorido y sabores de los mercados asiáticos, que la hacían muy especial.

Aunque la costa Oeste de Malasia está bastante más desarrollada que la costa Este, a veces el paisaje era muy monótono. Solo veía plantaciones de palma al costado de la ruta. Impresionaba ver tanta cantidad de plantaciones que fueron poco a poco reemplazando a la selva nativa. Es que Malasia es uno de los mayores productores mundiales de palma, con que se produce el aceite de palma, ampliamente usado en alimentos industrializados.
Chinatown en Melaka

Con Abdul y su familia, que me recibieron en Melaka
Entonces después de un par de días de pedaleo rumbo al sur, decidí cruzar la península, y pedalear en la costa Este del país, y fue un acierto, ya que resultó ser un área más selvática, todavía no se ha desarrollado tanto, y las rutas eran más entretenidas para el pedaleo.

Por todo el país existe una gran comunidad de ciclistas, así como también muchos miembros en Warmshower, un sitio web que contacta a ciclistas y anfitriones locales, para generar un intercambio y da la posibilidad al ciclista de tener un lugar seguro donde dormir y ducharse, además de permitir conocer mucho más directamente la vida de la gente local. Gracias a ésta aplicación pude conocer a muchas personas durante mi viaje, y otros ciclistas también. Como en Kluang, donde Wong me recibió de la mejor manera, y hasta me dio como obsequio unas alforjas impermeables, por supuesto mejores que las mías, asique las cambié y salí con un par de alforjas delanteras nuevas, un lujo.
Junto a Wong y su familia, en Kluang.
La bicicleta con las alforjas nuevas.


Mas anfitriones y ciclistas que conocí mediante Warmshower en Malasia.
Ya en mis días pedaleando la costa Este, disfruté mucho más. La ruta siempre con buena banquina y en perfecto estado, el calor y la humedad ya lo soportaba mejor, y me estaba acostumbrando a lo picante de la comida. En todo el tiempo que viajé en Malasia, no usé ¡NUNCA! mi cocina, y en los siguientes meses en el Sudeste Asiático, sería igual. Parar a comer en cualquiera de los muchos puestos de comida junto a la ruta era una mejor opción, no sólo por el aspecto económico, sino por lo sabroso de la gastronomía en esta parte del mundo, aunque a veces algo picante.
Siempre fue económico y sabroso comer en Malasia.

Por valor de 1 Euro, era posble comer un buen plato de comida.

También mucha fruta deliciosa y barata.
En uno de mis días de descanso, en un sitio muy tranquilo junto a la playa, conocí a algunos ciclistas con los que hice buenas amistades. David y Mike, de Malasia y USA respectivamente, estaban pedaleando en dirección opuesta a la mía, pero compartimos una cena y buenas charlas juntos. Quedamos en buen contacto, y volvería a ver a David unas semanas más adelante, en su casa en Penang. También ahi me crucé con Oswaldo (de Ecuador), con quién hablamos unos minutos en inglés, hasta darnos cuenta que ambos somos latinos, y sería más facil hablar en español.
Arriba, junto a David y Mike. Abajo, con Oswaldo de Ecuador.
Dia de descanso en Nenasi, costa Este de Malasia.




Otro gran anfitrión fue Haiyum, a quién todos llamaban Papa. Haiyum dirigía un complejo hotelero y de cabañas en Cherating, un pequeño pueblo y tranquilo en la costa. Me recibió con los brazos abiertos, con un fuerte abrazo, y me sentí muy cómodo allí, tanto que pasé 9 días con él. Fue tan generoso conmigo que hasta me cedió su cama para dormir, mientras él dormía en el living ya que no quería despertarme cuando rezaba cada mañana, como buen musulmán que era. Cuando me fui no sabía cómo agradecerle tanta hospitalidad junta.
Con Haiyum, el día que dejé Cherating.

A lo largo de la costa Este siempre fue más fácil acampar, en muchas oportunidades habían pequeñas construcciones con techo donde podía estar más a resguardo en caso de lluvia, y por lo general con baños alrededor.

En una oportunidad, ya en el norte del país, cuando recién arrancaba mi día, vi un rayo de mi rueda trasera cortado, y necesitaba una bicicleteria para reparar. Para nada una buena noticia para comenzar el día. Por lo que no tuve más alternativa que tomar un colectivo para hacer 100 km y llegar a Gerik, una ciudad donde di con una bicicleteria que me prestó las herramientas y pude reparar y seguir.

Ese día y los siguientes mi suerte cambió, y conocí grandes personas que me recibieron a través de la red Warmshower. Esa misma noche, Subki me recibió en su casa en Gerik, donde pude comer y descansar bien, con la bici ya a punto, y compartir con él y otra pareja de ciclistas locales, quienes me dieron varios tips para mis próximos destinos en Malasia y Tailandia. Todo cambió mucho desde el problema de la mañana.
Tomando el bus hacia Gerik.

Contento, con el rayo ya arreglado.

En Gerik, con Subik mi anfitrión.

Pedaleando en el interior del país.
El día siguiente, otro buen amigo me recibió en mi siguiente destino, la ciudad de Lunas. Badely me trató como a un hermano, con muchas preguntas sobre mi viaje, mi bicicleta y equipo. Es un gran placer compartir con gente que también gusta de viajar en bicicleta, es un intercambio siempre muy enriquecedor.

Otro acierto fue pasar mis últimos días en Malasia visitando otro de los sitios más turísticos del país, la isla de Penang, en el Noroeste. Georgetown es  la ciudad más grande y atractiva de la isla, famosa por muchísimos grafitis y arte callejero muy creativo distribuido en toda la ciudad. Allí volví a encontrarme con David, otro buen amigo que me recibió en su departamento. Casualmente tenía un mate y yerba, asique compartir unos mates con David en Malasia después de unos cuantos meses sin mate, fue tan lindo cómo inesperado.
Junto a Badely, en Lunas.

Un buen desayuno con amigos en Lunas.
Grafittis en la isla de Penang.

Georgetown, Penang.
Inesperado, encontrar mate en Malasia.
Además junto a David hicimos una pedaleada de dos días alrededor de la isla, aproximadamente unos 150 km, y entre otras cosas, además de disfrutar de su naturaleza, pudimos deleitarnos con mucha fruta tropical, como rambután, o el muy popular durian (una fruta muy particular, que me contaban es amada u odiada por la gente, por su aroma y sabor muy fuerte, parecido al queso roquefort, pero dulce a la vez).

Ya desde Penang hasta la frontera con Tailandia tuve sólo dos días de pedaleo más bien tranquilos, con lluvia por las tardes, pero que por suerte no duraban mucho tiempo y podía seguir sin problemas. Incluso una de las noches (cuando ya había pasado la tormenta), dormí sin siquiera armar la carpa, al raso totalmente. Es curioso como uno se acostumbra a pasar las 24 hs del día al aire libre, de sol a sol, durante las horas de pedaleo, comiendo al costado de la ruta, luego acampando, o durmiendo donde sea. Personalmente noté como mis nociones sobre lo que UN día representa, comenzaron a cambiar hace tiempo, hay tanto que se puede hacer en éste espacio de tiempo.
Pedaleando en la isla de Penang.


Probando DURIAN, la fruta más popular de la isla.

Con David disfrutamos mucha fruta al costado de la ruta.

Isla de Penang.

Durmiendo al raso, una linda experiencia.
Mi último día en Malasia fue interesante. Recibí un mensaje de Yen, quién me invitó a pasar unas horas en su casa. Fue el 11 de Agosto, día de la festividad musulmana más importante del año, llamada "Eid al-Adha", o "Celebración del Sacrificio", en que cada familia hace una ofrenda a la deidad sacrificando un animal, en este caso una vaca. Según me explicaba Yen, la familia sólo tomaba el 10% de la carne, y el 90% restante era donado cada año a las personas más necesitadas del pueblo; tambien que la cabeza del animal debía estar en dirección a la Meca, y la única forma de sacrificarlo era degollandolo. Fue muy curioso, algo muy genuino y auténtico, que a pesar que uno lo comparta o no, forma parte de la cultura y la religión local, y es digno de respetar.
Eid al-Adha, celebración musulmana del sacrificio.

La familia pesando la carne y separandola en diferentes bolsas.

Junto a Yen, un buen amigo, antes de despedirme.


La última noche en Malasia volví a encontrarme con Badely, en Perlis, ya muy cercano a la frontera con Tailandia. Volver a verlo después de unos días me puso muy feliz, él y su pareja me trataron tan bien, compartimos una linda cena, así como el desayuno la mañana siguiente, antes de cruzar rumbo a Tailandia. Definitivamente Malasia fue un punto alto del viaje, conocí tanta gente en solamente un mes. Fue un mes muy social, muy intenso, especial para hacer muchos amigos y un buen comienzo en explorar una región como el Sudeste Asiático, que ya tenía muchas ganas de visitar.
Con Badely, me reencontré en Perlis, en mi último día en Malasia.

Badely y su pareja me recibieron en su casa como a un viejo amigo.


Tailandia,y mi contacto con el Budismo